Estamos hablando de alguien que era un poco tímida, pero igual brillaba.
Esto significa que en pocas palabras tiene que lograr deslumbrar. Yo no puedo
hacer eso por mí misma, así que tendré que pretender ponerme en los labios de
este personaje. Siendo tímida ella jamás hablaría, así como así, con une
colega; pensaría mucho y apenas asentiría, mientras el torbellino ideológico
hirviera bajo la superficie impertérrita.
(¿Vieron eso? Dije "impertérrita". Permítanme un paréntesis
para poner un poco de lenguaje inclusivo en mi soberbia: todes les expertes de
la RAE puede chuparse esta mandarina)
¿A cuántas palabras voy? ¿Dije ya algo de vos? Ya fue, mi narcisismo es más
fuerte.
Gisela cierra los ojos y trata de ser
indulgente con la perorata de su compañera. Siempre supo que era un poco absorbente
y que tenía tendencia a decir cosas vagas, pero el palabrerío le deja poco
espacio para una discusión bien reflexionada. De todas maneras, saber escuchar
siempre fue una de sus mejores cualidades y es lo que le permite entender la
urgencia de luchar. Toma una bocanada de aire y dice con firmeza:
“No es tiempo de autocompasión, Fernanda. Es tiempo de morir por la causa
si hiciera falta.”
.--.
Lo dicho
3.1.19
La fama
Hay que ser honesta de una buena vez y reconocer que persigo algo que me avergüenza.
Que por esta razón, me paralizo y me estanco y me vuelvo un lago verde hecho de lodazal y de un moho hermano.
Me pongo tretas y procuro dejar de lado la envidia. Porque mi soberbia me empuja a querer, sinceramente, ser perfecta. No sentir envidia, no perseguir la fama, no ser malagradecida.
Quizás si dejara mi medicación podría ser más hija de perra en paz. Sin razón ni motivo, y sin resultados favorables ni para mí ni para mis seres queridos.
Perra, sola y argelada, pero perra libre al fin.
Pero denme un segundo. Denme un silencio.
Silencio, que estoy teniendo una revelación.
¡Silencio!
Agh, bueno. Qué bueno que escribí este poema. Ahora sé que no perseguía la fama, sino que secretamente era libertaria.
Legalmente, prefería la vergüenza de pensar que perseguía fama.
.--.
Que por esta razón, me paralizo y me estanco y me vuelvo un lago verde hecho de lodazal y de un moho hermano.
Me pongo tretas y procuro dejar de lado la envidia. Porque mi soberbia me empuja a querer, sinceramente, ser perfecta. No sentir envidia, no perseguir la fama, no ser malagradecida.
Quizás si dejara mi medicación podría ser más hija de perra en paz. Sin razón ni motivo, y sin resultados favorables ni para mí ni para mis seres queridos.
Perra, sola y argelada, pero perra libre al fin.
Pero denme un segundo. Denme un silencio.
Silencio, que estoy teniendo una revelación.
¡Silencio!
Agh, bueno. Qué bueno que escribí este poema. Ahora sé que no perseguía la fama, sino que secretamente era libertaria.
Legalmente, prefería la vergüenza de pensar que perseguía fama.
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2018
Ya sé que hablar de silencios que ensordecen es un cliché sobrevalorado. Pero nueve años de publicaciones contrastan dolorosa y escépticamente ante un 2018 silencioso.
Me rehúso a creer en ese silencio. Me reservo el espacio de la publicación retroactiva. Es imposible que sea verdad. Admitirlo es admitir que una parte de mí, de mi alma, de lo más esencial de mi ser, ha muerto.
Lo sé, me caigo de dramática. Pero qué más da, lo digo sinceramente. Pero no lo digo fatalistamente; irónicamente, anuncio mi primera muerte con esperanza. Porque de estas muertes se renace. Porque de estas muertes simbólicas llegamos a espacios mentales y emocionales que no alcanzamos antes.
Porque la resurreción sí es una opción. Porque la reencarnación ocurre en el minuto que documento y plasmo la muerte y el silencio de un año que aparenta haber sido estéril en su producción literaria.
Porque la resistencia es el terreno más fértil que puede haber para producir arte. Y vaya que el año que se nos viene encima va a ser un año de la gran mierda.
Que se venga la mierda a abonar este moribundo, íntimo arte.
.--.
Me rehúso a creer en ese silencio. Me reservo el espacio de la publicación retroactiva. Es imposible que sea verdad. Admitirlo es admitir que una parte de mí, de mi alma, de lo más esencial de mi ser, ha muerto.
Lo sé, me caigo de dramática. Pero qué más da, lo digo sinceramente. Pero no lo digo fatalistamente; irónicamente, anuncio mi primera muerte con esperanza. Porque de estas muertes se renace. Porque de estas muertes simbólicas llegamos a espacios mentales y emocionales que no alcanzamos antes.
Porque la resurreción sí es una opción. Porque la reencarnación ocurre en el minuto que documento y plasmo la muerte y el silencio de un año que aparenta haber sido estéril en su producción literaria.
Porque la resistencia es el terreno más fértil que puede haber para producir arte. Y vaya que el año que se nos viene encima va a ser un año de la gran mierda.
Que se venga la mierda a abonar este moribundo, íntimo arte.
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