Un día llegó
y me dijo que era un fotógrafo.
Sopló el polvo de los libros
y sonrió a mi cabeza calva
mientras yo prendía los botones superiores
de mi camisa poco recatada
y empleaba la humildad
(divina)
que los japoneses me han mostrado.
El me escribió en letras chinas
sobre la historia de los gremios
su dirección y nombre
y el ISO de su cámara.
Un día le llamé
antes del oscurecer
mientras mi vestido soplaba
un fuerte viento sur
y mis libros de kanji
salpicaban la calle.
El me dijo que vivió en Brasil
y que su nombre
llenaba sus expectativas.
Yo le dije que el mío
era la construcción social
de una construcción social.
Él habla en japonés,
y yo aprendo.
.-.
Lo dicho
16.2.10
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