19.11.08

El Puente

“¿Qué buscas? ¿Qué esperas? ¿Qué quieres?
¿Acaso tomas un respiro antes de hacer
lo que ya estaba escrito que harías?”


Sométete al destino, pues él no se someterá a ti, nunca, jamás. No es por querer; no es porque tenga una inexorable voluntad; o porque un ser superior está obsesionado con controlar tu vida. La cuestión es más llana, simple y sencilla de lo que imaginas: la vida es un dominó, y todo lo que haces lo has determinado con tus propias acciones.

No llores, no soluciona nada. Tal vez te dé un momentáneo alivio, y tal vez te duela menos el corazón al terminar, pero eso no significa que lo problemas se hallan ido, y mucho menos que se hayan solucionado. ¡Que tontería pensar de ese modo! Todo lo que te pasa es sólo tu culpa.

¿Que los demás tienen la culpa? ¿Tus progenitores, ésos que no hicieron más que darte la vida? Pueden haber hecho mucho para complicarte o para facilitarte las cosas, pero ellos se limitan exclusivamente a darte la vida y la guía básica para que tú decidas qué hacer con ella… ¿La sociedad? ¡No bromees conmigo! Eres una persona más sensata que el promedio, así que no creerás tal estupidez… La sociedad es tan sólo un espejo que te rodea: aunque existan círculos de personas y gente a la que no puedas evitar, no puedes negar que el poder de decidir quienes van a frecuentarte, quienes van a acompañarte, incluso quién será tu amor y te amará igualmente (si son reales para ti esas trivialidades) los eliges tú ¿o no?

¿Sientes vergüenza? ¿Vergüenza de qué? ¿De haber escogido tan mal? Lo lamento, ya te dije, la vida es un dominó y aunque no creas en la existencia misma del destino, no evitas que una cosa lleve a la otra. Así que, patéticamente, vienes a llorar tus penas al borde de este puente que te ofrece el escape más rápido, más fácil, más cobarde a todo…

Te entendería si buscaras a alguien, si buscaras algo, si tuvieras un objetivo, una meta, algún sueño por el cual luchar, siquiera ganas de vivir bien. ¡Pero no! Tú esperas: esperas que todos corramos, que te imploremos, que te gritemos “¡Quédate!”, esperas que la vida te sonría. Que las cosas mejoren. Que la esperanza sea concreta. Que las opciones se validen. Que las hojas amarillas vuelvan a prenderse a las ramas de los árboles convertidos en mesas.

Tal vez piensas que llorando un poquito se te aparecerá un ángel a guiarte hacia la luz, o tal vez un vampiro a darte una poderosa inmortalidad, fácil, sin problemas, sin complicaciones… Puede que fantasees con una vida llena de divagues, de porros sin marihuana, de dolor sin heridas y, ¿quién sabe?, tal vez hasta estés soñando con ser feliz.

Llorando uno no logra esas cosas. Ni echando la culpa a nadie, ni echándose la culpa uno mismo; y mucho menos, echándose uno del puente.

¿Por qué un puente? Algo tan romántico, tan artístico… He oído que uno se suicida ahogándose en un deseo subconsciente de volver a ese estado primigenio de protección, dentro del útero materno. Más significativo aún, lanzarse desde arriba, tirarse de forma apasionada y decidida para acabar en la dulce y macabra muerte, tal vez con la misma sensación de la primera vida percibida…

El puente, el puente… esa conexión entre dos mundos, esa puerta que te trasporta no cruzándola, sino cortando el camino a mitad del río. El puente es hermoso… y tan tentador, exquisito, glamoroso. En sus entradas, portan su consabido cartelito deseando “Buen viaje”. El tan sólo cruzarlo es una tentación indecible a cambiar tu rumbo hacia lugares desconocidos…

Pero sométete al destino. Porque él jamás se someterá a ti. Aunque sea muy pictórico y romántico esto de verte lamentándote, sentada al borde del viaje sin retorno, es algo muy estúpido, algo innecesario, algo sin justificación. Lo sabes, sabes bien que no vale la pena: que estando vivo o muerto, uno sigue siendo solamente un humano que pasado por el mundo. En un pequeño suspiro, en una fracción de años luz que no sirve ni para alumbrar un parpadeo. En un instante que jamás ha sido.

Así que, sabiendo que da casi lo mismo cruzar el puente que mirarlo, pero que la decisión entre la vida y la muerte la deciden tu entereza como persona, tu valentía para con tu vida algo desgastada (y malgastada), sólo recuerda una cosa: este puente no tiene carril de vuelta. La vida no es un destino. Es un camino. Por eso termina en tu puente. Los puentes no se cruzan por el río, ni por las lágrimas…

Tu puente sólo tiene un cartel: vive. La vida que ofrece un único carril es lo único disponible. Y las opciones que barajas entre callejones y dobleces, son todas ellas parte de la misma carretera. Resígnate. Si saltas del puente, un vigilante tomará su salvavidas, te arrastrará hasta la orilla, te besará vidas, y te abandonará.

Y el viaje sólo se repite. Intermitente. Inexorable. Con un sólo puente.

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