19.11.08

Post Mortem

Creo que aquella vez que dijiste que querías para mí una despedida dulce, rodeada de gente que significara algo para mí, de verdad nos referíamos a mi muerte. Fueron tus palabras. “Acompañándote a tu lecho de muerte”.

Es que la vida y la muerte nunca dejan de bailar. Nunca se detienen. Nunca dejan de crear nuevas marchas y de sorprender a los pobres mortales que viven en función a sus propias expectativas. Mortales que, ante cada insignificante muestra de la omnipotencia de lo absoluto, se desmoronan: no comprenden lo que ha ocurrido.

Afortunadamente, fuimos más sabios que nuestros irracionales deseos, y mis palabras post mortem. Dejé esta realidad sin sufrimiento, y rodeada de tu inocente cariño. Lloraste en silencio y de forma imperceptible, hasta para ti, mi deceso. Ambos comprendimos que algo había muerto desde un principio. Desde esa tarde que nos vimos de nuevo. A pesar de que lo que no comprendimos desde entonces fue que la muerte… estaba en mí.

No, no fue triste, ni sufrido, ni malo el que yo haya muerto. Sólo entendiste. Sólo dejé este mundo sin decir palabras de cursi despedida, “como cuando se va un ser querido”. Sí, es cierto, lo admito, asesino de mi ser: hubiera deseado tal vez adentrarme más en las psicópatas profundidades de tu pensamiento, tan cubierto y protegido por una felicidad incomprensible y tan aparentemente falsa como la vida en mis pálidas mejillas. Pero no fue así. Y no porque no lo hayamos querido.

Te digo de nuevo que la vida y la muerte nunca dejan de bailar, y nos han atrapado en un de sus vueltas.

Sin embargo… a pesar de que esta breve, profunda, y bastante sentida historia donde apenas alcanzamos a decirnos entre eufemismos avergonzados todo aquello que nos negamos de forma inconsciente (o mejor dicho, que nos brindamos desde mi más allá), puedo decir que fui feliz antes de dejar este mundo; y de que a pesar de que las cosas nunca ocurren de acuerdo a nuestras expectativas mortales, espero que hayas disfrutado de tu vida tanto como yo disfruté de la mía antes de dejarte para la eternidad.

Es cierto que soñé alguna vez con el reencuentro. Pero, dime, ¿qué reencuentro tendrías con un alma en pena?

Me mataste innumerable cantidad de veces. Y yo me dejé morir.

No era broma ni sonrisa decir que iba a morir joven y lejos de ti. Y lejos de mí, y de mi mundo. Pero sin darme cuenta, sí, ocurrió.

¿Cómo abrazar a un fantasma? ¿Cómo amar a un fantasma?

Mi amor, mortífero y muerto a la vez, se conserva por ti. Lo prometo. Te aprecio, y te adoraré por siempre. Pero cuando mi muerte y tu vida nos han separado, y hemos dejado con toda tranquilidad, naturalidad y calma que nos separen… ¿para qué luchar por lo que no necesitamos tener?

Te recordaré por siempre en mi tumba, y te esperaré en la eternidad. Los mortales y los fantasmas no pueden volver a unirse… porque no desean ni pueden hacer eso.

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