11.5.09

Niño

Sube los ojos y no sonríe al cielo.
Juega con las manos, con los ojos
con el pelo.
Abre los brazos e imprime una huella.

Yo, que ya he sido madre, amante, hermana y emperatriz
tantas veces seguidas
conocía todos tus recodos
y presumí saber tus planes y maquetas.

Baja la cabeza ante las ideas
soñadoras y dibujantes, y en el límite de
su infancia abandonable
y su adultez egoísta, juega a aprender
lo que yo sabía que no predicaría.

Lo que yo no sabía, ni como hermana,
ni como madre,
ni como emperatriz,
y menos como amante.

Entiendo sus tretas. Comprendo sus dinámicas.
Respeto sus vueltas. Tolero sus juegos.
Amo su sensibilidad. Perdono su injerencia.
Disculpo su sinceridad.
Siento cariño hacia su pureza.

No te olvides, hijo mío,
de los besos que te dí, mi hermano,
de las veces que dejé que
gobiernes a la emperatriz
y de la fuerza de amarte, amante;
no olvides mi amor sutil y aleccionador
que en su orgullo banal y en su perspicacia inútil

se convence de que me has amado,
como te amo yo, niño.

(y se vende entre límites y acepta que las burbujas,
tarde o temprano, se ofuscan).

.-.

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