25.11.17

Gracias, Jane.

(Y gracias Maxi también)

No sé a qué vino
el querer comentarles
sobre mi vestido de flores

pero debo hacerlo.

Porque la primera memoria que tengo de este
vestido
es cuando mi madre me dijo
temerosa
que no me acercara a un muchacho
que me hizo cumplido
sobre el vestido.

El muchacho tenía alguna discapacidad psicosocial,
ahora lo entiendo.

También ahora entiendo el acoso.
No creo que él lo estuviera haciendo,
pero entiendo el temor de mi madre.

Mi segunda memoria es una nochebuena
con visitas de amigas
y comida estrambólica, extranjera.

Mi tercera memoria es casi diez años después
en la graduación de mi pareja
y mi mejor amiga.

Mi ex pareja, mejor dicho.
Era un abusivo y lo pude dejar. 
Sé que pude dejarlo porque al usar el vestido
no pienso en él,
sino en mi amiga.

Yo sé que esto no es sofisticado,
y que mi vestido está hecho harapos,
con agujeros y gomas cedidas,
que extrañamente hacen que mi cuerpo
con sobrepeso
se vea más atractivo.

Yo sé que mi vestido pronto se volverá trapos
y que su verdadera utilidad reside en usarlo
sin bombacha
para airear mi vagina
que anduvo un poco enferma
y necesita respirar fuera de las tangas
opresivas.

Yo sé que es demasiada información.
Pero no me importa.
Porque uno nunca sabe cuando la musa va a tocar tu puerta
y poque mi vestido de flores me sirve para contarles
que marcharé con mis compañeras
este 25 de noviembre conta la violencia.

Tal vez les parezca que estas cosas no tienen conexión,
pero les prometo que sí la tienen,
inverosímil, quizás, pero presente
entretejido por las hebras
relucientes, poco recientes
de mi vestido fucsia
lleno de flores.

Crujientes.
Durmientes.


.--.

No hay comentarios:

A pedido