3.1.19

2018

Ya sé que hablar de silencios que ensordecen es un cliché sobrevalorado. Pero nueve años de publicaciones contrastan dolorosa y escépticamente ante un 2018 silencioso.

Me rehúso a creer en ese silencio. Me reservo el espacio de la publicación retroactiva. Es imposible que sea verdad. Admitirlo es admitir que una parte de mí, de mi alma, de lo más esencial de mi ser, ha muerto.

Lo sé, me caigo de dramática. Pero qué más da, lo digo sinceramente. Pero no lo digo fatalistamente; irónicamente, anuncio mi primera muerte con esperanza. Porque de estas muertes se renace. Porque de estas muertes simbólicas llegamos a espacios mentales y emocionales que no alcanzamos antes.

Porque la resurreción sí es una opción. Porque la reencarnación ocurre en el minuto que documento y plasmo la muerte y el silencio de un año que aparenta haber sido estéril en su producción literaria.

Porque la resistencia es el terreno más fértil que puede haber para producir arte. Y vaya que el año que se nos viene encima va a ser un año de la gran mierda.

Que se venga la mierda a abonar este moribundo, íntimo arte.

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