19.11.08

El Iglú

¿Quién sabe? tal vez... tal vez el filo de la jugada rompa mis miradas e irrumpa en una fusión de dudas resueltas, encerradas en aquel iglú tan gracioso. El iglú.

Su forma no me conmueve... hasta que las sombras de su interior se reflejan a través de las ventanas y me llenan de pánico: yo sé, sé bien que se están desatando nudos bien fuertes y cuando una cuerda se suelta, las cosas que sostenía caen estrepitosamente hiriendo a la gente que esta cerca. Sé también que cuando algo cae, se lastima; pero, también sé que uno no muere en el impacto, sino por saber que se va a morir...

Pues la verdad sí, comprendí que así terminaría... las cosas que adentro ocurren siempre son las mismas y un huésped esperado, si se queda más tiempo de lo que quería, termina por ser un estorbo, una molestia; para alguien que vive en un iglú, el espacio es primordial y otra risa quita espacio, otra molestosa morsa cepillo no hace más que asfixiar, y en el mío, el beso no es bienvenido. Atenciones, detalles, cierres y sostenes, onces y primeros en un octubre matan los cabos unidos, para volverlos sueltos, para tirarlos, para matarme, para hacerme sentir

Saltó y en una exclamación pidió disculpas. No estoy enojado contigo, sino con el oso blanco. Detesto su pelaje transparente, pues la gente cree que es negro. Y él lloraba al decirlo. No, perdón, cree que es blanco, y entonces el oso nos engaña. Y a mí que me importa. Ese oso ya no entra a mi iglú, no le queda espacio.

Traté de leer a Julio Cortázar. Si, traté es el término. Pero la realidad y la ficción se mezclan como agua y aceite. Pero el agua y el aceite no se mezclan. Y la obra de Cortázar es así. Mis sujetos también se mezclan, respondí. ¿Quién te dijo que hablo de Julio o de mi iglú? ¿El iglú es tuyo?

Era indudable y obvio que el iglú era yo. Y las cosas que contiene, ¿que serán entonces? La verdad es que no lo sé, sólo admito que maté al desatar las cuerdas, maté a las mariposas, di a luz a un oso mañoso y maté su ante-encarnación. ¿Quién sabe? Tal vez vivía mejor. Pero no, dijo él. Yo me fui a la plaza. En Alaska no hay plazas. Pero nosotros estamos en Hawai. ¿Cómo vamos a estar en Hawai si no hay morsas cepillo? Es que las morsas se mudaron conmigo.

Te quieres casar conmigo, preguntó. Y yo eché a reír como nunca en mi vida. ¿Estás loco, cuál es tu utopía? Quiero tener hijos, quiero ser feliz, quiero teñir al oso de negro. Y dale con el oso. ¿Vos sabes lo que es casarse? No, explícame. Y lo que a mi me contaron es que una de aquellas morsas se casó una vez con un oso y vivieron en un iglú. Y la morsa cepillo amó al oso. Y el oso era transparente. Y todo era repetitivo. Entonces lo echó. Pero no le quedaba aceite que mezclar con el agua, ni realidades que fundir en ficciones, y sus alterados helados pensaban en como arreglarse mientras ella desataba un nudo, y otro, y otro.

Ups. La mariposa era una ura. La ura. Que bien que la maté. Era una ura asesina que no quería seguir mis indicaciones. Yo le decía prende fuego en el iglú, está muy frío, está muy duro, quiere cariño y ella decía a mí me gusta así, a mi no me engañó ningún oso, él se tiño de rojo. Me indigné. ¿Cómo podía haberse casado con un petirrojo? (¿un pelirrojo...?) Entonces desaté un nudo.

Qué maldición. Él y la ura se casaron. Es que yo puedo ir a la cárcel. Pero él también me invitó a seguir, pero también había otro, pero también no sabía, pero también no sé tampoco y la ura no tenía miedo de morir.

Ja, ja, ja, dijo el iglú. Espera. Los iglúes no existen en Alaska. ¿Era eso lo que ibas a decir? Estás equivocado. Los iglúes si se casan. Y leen a Twain. Es que les gustó mucho Rayuela. Y Twain era muy bromista. Fíjate que una vez contó que las morsas no casamos con los osos engañosos. Cállate, tonta. Yo soy un oso y eres mi esposa. Ah, cierto, me pediste en matrimonio cuando era ura. ¿Viste que los iglúes si existían en Alaska?

El filo de la jugada rompió mis miradas y el pánico se volvió fobia, porque la jugada no me salió, el oso me abandonó y la ura no tenía miedo de morir, así que no murió en la caída… voló, voló lejos, y la caída no le dolió… ¡porque no se cayó!

¡Uy!. Tengo que llenar 77 páginas. ¿Porqué 77? ¿Por qué “porqué” y no “por qué”? Porque me equivoqué, y este no va a ser el error por que vuelva, y ya lo cometí 77 veces, que significan 7 más 7. Qué trasgresión matemática la tuya. ¿A mí me decís? Y qué trasgresión del absurdo la tuya. ¡Esto no tiene sentido! ¡No voy a soportar este ritmo tanto tiempo!

Se te desarmó la hamburguesa. ¿Un iglú tiene puerta? Este no tiene, porque no tiene espacio para una puerta, entonces nunca se abre, sólo puede estar cerrada. Y nadie (una lágrima sale corriendo de la torta) entonces nadie nunca jamás va a poder tratar intentar procurar de probar entrar, y yo no quiero que me quieran… pedir la entrada.

Esa ura era rosada. Y las uras no son rosadas, son marrones con violeta semi naranjáceo. Y como la hamburguesa estaba rica, Alejo pidió un sándwich. (Morsa plagiadora, te van demandar por indigestión a los derechos del consumidor) Pero yo no quería matar la ura, ni hacerme pasar por ella. Alejo quería un dinosaurio. Anda a un canal entonces. Pero el Quijote va demandarme por derechos de autor, para colmo el canal de Panamá ya lo cambiaron por el cabo Blanco, y Wilma se lo puede tragar.

Qué simpáticas mis vecinas. Todas son diferentes. Vivimos en el paraíso y lo amoldamos como queremos. Elijo quién me rodea. Yo tengo una morsa cepillo, una ura, un él misterioso que me domina y que se va a casar y al que odio porque sí, porque me preguntó el 77, y tengo también muchos cabos sueltos dentro de un iglú que nunca van a salir más que en la cama, en la larga cama del lecho eterno, porque no tiene puerta, no me construí una. Se quedaron ahí adentro, se quedaron atrapadas, sólo hay dos ventanas, y las ventanas no lloran, nunca lloran las ventanas, no lloran…

¿Y por qué?
Sus porqués
Me preocupo por que funcione…
Porque nada tiene un sentido.

Los simbolismo, puros, abstractos, presentes, ausentes e incomprensibles. El Iglú es una cárcel. Nunca lo habitará la morsa cepillo. Nunca hará feliz al oso, ni al hombre del oso negro, ni matará uras, porque quiere a las uras, porque necesita las uras… y porque lee a Twain, y a Cortázar, y a Ferraro, y sabe que nada puede hacer más que esperar, mirar por sus ventanas, luchar contra el frío, saludar a sus vecinas, tomar dos bloques de hielo y construir una puerta para salir, unos ojos para, aceptar el matrimonio, desatar los nudos que le duelan, y admitir el amor, el odio, la frustración y a Hawai, aunque no le guste…

Después de todo, el iglú es sólo un bloque impenetrable de hielo. Su única salida es derretirse lentamente al sol. A tu sol.

Las morsa cepillo migraron. Y las vecinas neoyorquinas me mostraron la ciudad. Mezclada como el agua y el aceite. Mezclo sujetos, mezclo situaciones, mezclo realidad y ficción, y a través de las sombras de la ventana, sólo a través de ellas, descubrirán la verdad…

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