3.12.08

Lluvia

Era un día soleado, pero unas grises nubes se asomaban al horizonte, y se veía que en la calma, llegaría la tormenta. La joven caminaba por la acera de un pequeño pueblo, tal vez el suyo, pero no lo recordaba. Deseaba que el sol bajara al fin y comenzara a oscurecer, porque en la oscuridad se sentía la soledad tangible, y le parecía creer que todos estaban un poco más abandonados a su suerte, como ella lo estaba.

Empezó la lluvia, y con la lluvia apareció aquella sombra.

Caminaba en dirección opuesta a la que llevaba la joven. Entendió que todos sus momentos vividos los había pasado para llegar a ese momento. Podrían llamarlo como quisieran, hasta destino, aunque no aceptaba someterse: pero ellas dos debían encontrarse ahí, bajo esa lluvia, ese ocaso oscuro.

Se detuvieron frente a frente. La joven estaba bronceada, sucia, maltrecha. Los ojos profundos, negros, cabello corto y enmarañado. La vida muerta, y muerta en vida.

La sombra no tenía rostro, tenía sólo dos ojos azules que brillaban bajo el velo negro de neblina. Una catarata de cabellos salía de una gruesa capucha que la cubría. Capucha que no era más que la oscuridad.

Estamos solas en la tormenta

Una blanca mano salió de la sombra. Una mano blanca, de fantasma. Las gotitas se pasaban a través de ella, como si compitieran para ver quien se escurría de quien, pero la sombra ganaba. La joven levanto su manchada mano. Sintió las gotitas.

Escúchalas. Mientras caen, cuentan historias

La joven miró a la sombra. Calló su mente, y su corazón, y escuchó lo que decía la lluvia.

Sálvanos

La joven se preguntó quien podría dañar a la lluvia, a la dulce caída que venía desde arriba, tal vez lo único que sentía que le enviaban de allá arriba. Y pensó que no era la lluvia la que necesitaba ayuda.

Para eso estoy aquí

Un relámpago en el fondo quebró el silencio con un trueno, como si una importante revelación acabara de estallar.

Tal vez te sientas sola, pero continúo contigo. No hay nada más peligroso que la absoluta soledad

La joven entendió que ese atisbo de recuerdos que tanto había conservado por dentro ya no era más que esa sombra que tenía enfrente. Esa sombra perdida hacía tanto, y a la que volvió a encontrar esa noche, bajo la lluvia. Sus recuerdos se extinguieron. Sólo quedaba un manto de oscuridad y cabellos, y unos etéreos ojos que la miraban desde muy, muy lejos, desde otro tiempo.

La sombra entendió que se volvió los pesados pasos de una vida oscura y deprimida, y que los ojos pueden estar tan tristes que pierden su brillo… y se vuelven oscuros, profundos… abismales. Esa mirada tenía la joven. Era una vieja en un cuerpo de joven, y poseía esa mirada que alguna vez fue límpida y azul como la suya.

Estamos juntas. Ellos volvieron. Ya no estamos solas en la tormenta

Nunca podría volver sin sus recuerdos. Si los perdía, ella se perdía. Y los recuerdos son sólo de lo que le pasa a uno mismo. Los recuerdos son uno mismo. Los recuerdos son una compañía cuando ya no te queda nadie. A veces, los recuerdos son lo único que nos queda*.
La sombra era su recuerdo. Al fin se descifraba.
La lluvia cesó.

Después de la tormenta, viene la paz.
Por eso debían encontrarse. La lluvia se lo dijo.
Puedes cumplir todos tus sueños. Tan sólo no olvides oír a la lluvia

La sombra del recuerdo se unió a la joven. Sus ojos comenzaron a brillar. Ya oscureció, pero la luna brillaba y las nubes se amontonaban para volver a llorar, pero de alegría. La lluvia seguiría.

Caminó por la acera. “Este es mi hogar”. Estuvo allí todo el tiempo, y no lo vio hasta ese momento. “Mis recuerdos se esfumaron, y mi vida despareció. Pero ahora volvieron”. Comenzó a llover. La joven bronceada y sucia, caminaba por la acera. Lo único que llamaba la atención era el brillo de su azul mirada.

Ahora, no estoy sola. Escuchemos a la lluvia…
La lluvia repetía un solo canto. Un solo llanto.
_____________

* Murakami, Haruki. Kafka en la Orilla.

.-.

No hay comentarios:

A pedido