3.12.08

Cajón

Cuando toda la vida es falsa, y el límite entre lo autóctono y lo adquirido se desdibuja por completo, dudas de tu ser y su autonomía. Cuando ves que las sonrisas brindadas no son auténticas, que sólo son muestra de vacía amabilidad… Predicando la sinceridad, repudiando la moda y la sociedad, y sin embargo sigues en ella; odiando las mentiras y la pueril organización de cosas que no tienen importancia, y sin embargo ayudas, sigues, apoyas, soportas, incentivas, sonríes, ¡continúas engañándote a ti mismo!

¿Es que acaso me gusta vivir de la hipocresía y la felicidad fingida? ¿Por qué no soy capaz de romper las cadenas que me atan a moldes sin objetivo?... ¿Por qué me encierro en esquemas sin sentido? ¿Por qué no puedo gritar lo que pienso, sin sentirme tan estúpida como cuando callo…?

Porque da exactamente lo mismo.

Callar me lleva al borde de los abismos de la dulce locura, aquella que en sus profundidad me domina; hablar sería bueno si se tuviera a quién decirle, pero, ¿quién escucha? ¿Y quién merece escuchar? Agonizando en la pedante idea de que nadie vale lo suficiente para oírte gritar, recuerdas esa verdad que tratas desesperadamente de ocultarte todo el tiempo: eres parte de ello, y te gusta… te dejas llevar, no luchas, avanzas…

Mueres y gritas que duele, pero el dolor es placer para ti…
¡Eres humano!

Las máscaras son algo tan propio e inerte como el seguir respirando para vivir, ¿por qué respirar? Tu vida se sostiene de forma tan débil… eres más frágil que el cristal, tanto tu cuerpo como tu alma; y el cuerpo no hace más que encerrar una esperanza de grandeza. Esa grandeza que nadie ha visto pero con la que todos sueñan; esa supuesta inmortalidad, reencarnada o en otra dimensión, aquella que asegura que somos seres divinos y que nuestro cuerpo es sólo un transporte que nos trae a enseñarnos de los errores que cometamos. Una máscara que cubre nuestra esencia. Nuestra verdad, si hubiere alguna.

Y aún cuando llevamos una máscara puesta por culpa de la vida; y aún cuando estamos condicionados por células, hormonas, neuronas, tejidos nerviosos y sentimientos, como si eso no fuera suficiente, la sociedad te rodea y se adueña de tu vida inevitablemente. Indefectiblemente. Aunque no quieras, y trates de luchar; aunque nunca te lo cuestiones, y simplemente vivas formando parte de la vegetante masa; aunque lo puedas ver, y te agrade… en fin, sea cual fuere tu posición, no hay salida.

¿Para que tomarte en serio la vida, si al fin y al cabo no saldrás vivo de ella? ¿Para qué trascender y dejar huellas? Sólo pasas y mueres, y aunque vivas en la memoria de la gente, verdaderamente, ¿dónde estás tú?

Y vuelta a principio de la profunda tangente… Es simplemente admitir que toda vida es una mentira y una máscara: la verdad, no sé dónde está mi vida de verdad. Pero preocuparme por ello tampoco tiene sentido, porque en el fondo y al final, cuando todo acaba, mi vida no tiene sentido. ¿Comprendes? TU vida o LA vida me importan poco. Es MI vida la que no tiene escapatoria ni salida, ni sentido, ni objetivos, ni metas… por mucho que parezca todo lo contrario.

Es MI vida la que no persigue una causa, y que aparenta estar tan feliz, tan preparada y tan organizada como para tener planificada toda una vida, cuando en realidad… es sólo MI vida, y yo decido terminar con ella.

¿No tiene sentido lo que digo?
En el cajón, esas cosas ya no importan.

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