3.12.08

Ángeles

Mi vida no era más que un despojo de momentos tristes y crueles, y no había más que rechazo y reprobación. Las cosas a las que estaba acostumbrada ya no dolían tanto; y sólo me sometía mis miedos de niña, sin querer luchar contra ellos ni sobreponerme a la realidad. Estaba acostumbrada a ser infeliz, triste, a no tener alegrías y no poder sonreír.

Y entonces llegaste tú, como un maldito ángel salvador, con tu sonrisa de doble filo y tus cortantes palabras que me amargaban y me gustaban a la vez. Me denigrabas, ¡sí!, me humillabas, te burlabas de mí como si no quisieras que te viera como a un ser con sentimientos y yo no hacía más que enamorarme más y más de ti. Eras un maldito demonio que trataba de levantarme de la muerte de amor en la que me sumergí, y no admitía un “estoy cansada de procurar ser feliz y no lograrlo”. Te reías de mis argumentos, degradabas mis ideales, rechazabas mis propuestas y me traía la luz en medio de una oscuridad que empezaba a querer.

Finalmente luche por ti. Te consolé al llorar y sufrir; y luché contra todos aquellos que te quisieron lastimar. Estuve a tu lado incondicionalmente, no te deje de abrazar; y cuando finalmente entendiste que te amaba, me diste un beso, me dijiste “nos vemos en el más allá” y me dejaste para siempre.

Y ahora que ya sé qué es ser feliz, ya no puedo –siquiera- ser infeliz.
Te llevaste todo de mí.

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