23.12.08

Veinticuatro

No pienso manifestarme. No pienso mostrar, ni mostrarme, ni demostrar nada el próximo veinticuatro. Y que la Navidad se marche silenciosa y cabizbaja a la zona más alta del barco para avistar tierra: porque yo no pienso prestarle atención.

Porque estas perras negras* no se dejan coger de la misma forma, y porque mi lápiz ya no puede masturbar con su mismo estilo insolente, liberador y catártico**. Las palabras están gastadas, lo ordenadores se han dispuesto con exactamente las mismas letras del abecedario una y otra y otra vez.

Una y otra. Y otra. Veinticuatro veces. Veinticuatro, no más. Veinticuatro, en esa pesadilla recurrente donde las combinaciones posibles y los ordenamientos definen una deforme secuencia de ideas que ha nacido condenada a jamás realizarse como lo que ha sido prevista. Igual a los hombres y caballos y legos que se explica a Sofía: igual a las ideas que Platón nunca dejó realizar en los hombres – y no porque no nos diera permiso.

Veinticuatro: unos milenios antes de lo que sus expectativas hubieran esperado cumplir en mí. Veinticuatro, la proyectada donde busqué prostitutas de forma infructuosa: prostitutas que calmaran el ansía de sexo que mi mente engulle y mi ser no ontológico rehúye.

Veinticuatro: día en el que estaré cocinando en compañía de ella, con sus ojos rasgados y su corto cabello negro***. Sabiendo que tanto ella como yo somos ideas falladas, y que el lápiz que nos forjó masturbaba dioses. Así como el lápiz que hoy suplanto con tecnología placentera da a lugar a los universos donde la recreo a ella y a él: donde puedo adueñarme de sus destinos.

Veinticuatro: las vidas que deben pasar antes de que mi miembro pueda tener una erección amorosa, o antes de que su vagina pueda albergar mis palabras.

Ese dos y ese cuatro, dispuestos al azar, fijados para el cumpleaños de la mujer que me limpia la casa y prepara la comida. Que no es mi esposa. Ni tú, que no eres mi alma.

Veinticuatro: un número que también tendrá algo que ver con aquellos amigos que bordean despeñaderos del océano de Caronte. Un número que no me persigue como lo hacen los gatos, pero que marca presencia en forma simbólica: como podría haber sido mi natividad novena, o mi muerte – un 2006.

¿Veinticuatro o tres? ¿Veinticuatro o tres? No, tres no: sólo dos. Dos para tener el valor de poder besarla mientras me prepare damplings o patatas fritas. Dos para poder dividir el doce, que se convierta en seis y se repita en tres oportunidades: una en que le robo, otra en que la ideo, y otra que asesino a Gaarder por ofrecerme filosofía barata cuando lo que precisaba era una maldita puta masculina en la veinticuatro proyectada el miércoles pasado. Una puta masculina, o una femenina, no peco de lesbiano ni de travestida para poner objeciones.

La sed de mi ser no ontológico no se callará antes la ausencia de sus ojos rasgados, y buscará una nueva forma de suplantar los números con las mismas gastadas combinaciones que desaparecen del teclado – un poco cada nanosegundo****.

Veinticuatro letras que sólo pueden reducirse a tres definitorias del universo con sus vueltas y venidas, con sus tangentes y escaladas; con su dios, exista o no*****.

Veinticuatro en tres: vos.
Pero sólo se reducen a dos. Veinticuatro y dos.
NO******.

_____________

* Las de Gabo.

** Julio Torres; ensayo en un lugar que ni me acuerdo y no pienso encontrar ahora para no irritar a los de derechos de autor.

*** Todo esto, claro, asumiendo que ella acceda a verme como un hombre y no como un adefesio dispuesto a buscar al averdad a su lado. Porque siendo el hombre el que mide; y yo el que deseo no medir su vida en función a la mía. No, no hay reconciliación absoluta ni imposible en esa situación.

**** Me gusta esa palabra, nanosegundo. Y apuesto que en uno de ellos vas a olvidar lo que traté de decirte.

***** Don Federico, ése que dijo que dios murió.

****** Su palabra inicial no era NO, era YO.

.-.

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